Así es visto un sujeto que se muestra contrario a la naturaleza a la que estamos habituados. Lo monstruoso y lo anormal están marcados por las interacciones y pactos sociales, por los usos, los hábitos y por la cotidianidad a legitimarse en los medios de comunicación o los mass media. Pero es solo una marca que se quiere desmarcar de las fronteras de la singularidad.
Eso puede ocurrir con la contextualización de la obra de Pablo Palacio (Loja, 25 de enero de 1906 – Guayaquil 7 de enero de 1947), escritor y abogado ecuatoriano. Palacio es considerado un adelantado en lo que respecta a estructuras y contenidos narrativos; su obra “vanguardista” casi no corresponde a los escritores del costumbrismo de su época. “La doble y única mujer” es un cuento que forma parte de Un hombre muerto a puntapiés que publicó en 1927 y que muestra la singularidad de lo considerado monstruoso y lo difícil que podría ser entender una condición que es un problema para una mayoría de personas.
Según considera Michael Handelsman en Una doble y única lectura de «Una doble y única mujer»: de lo mucho que se ha escrito de la obra narrativa de Pablo Palacio, parece haber un consenso general sobre este narrador ecuatoriano y su proyecto de desacreditar la realidad. Tales críticos como Carrión, Adoum, Donoso Pareja, Robles, entre otros, comparten la idea de que Palacio se había propuesto desechar los valores dominantes en la sociedad ecuatoriana de los años 20 y 30, por considerarlos en franca contradicción con las formas de ser nacional. ¿Por esta razón podría estar Palacio creando una obra fuera o en contra de lo ‘normal’?
¿Por qué se le considera a Palacio un escritor moderno? ¿Qué relación fronteriza existe entre desacreditar la realidad y subvertir el cuerpo?
Al invertir y subvertir cánones tanto sociales como literarios, Palacio fue uno de los primeros narradores de América Latina que cultivó lo que Donoso Pareja ha llamado “el realismo abierto”, un discurso metafórico abierto a múltiples interpretaciones. Las interpretaciones provienen de un lector que complementa la dimensión significativa y adquiere nuevos sentidos. “Que el tiempo y ese alguien que no siguió siendo el mismo después de la lectura, no las promociones inmediatistas, son los que permiten que los textos verdaderos viajen a través del tiempo y el espacio, sigan viviendo renovados cada vez por las lecturas sucesivas, por los cambios que también se producen en ese narratario que lo enriquece a partir de la riqueza que la propia escritura proyecta y, con los lectores, expande”.
Retomo en Palacio el valor que le dio a principio del siglo XX en Ecuador al manejo de las estructuras narrativas. Se escurre metafóricamente de las fronteras de la estructura literaria sólida y cambia el exoesqueleto de un protagonista. Pero, ¿cómo logra escurrirse? Marca un camino, un sendero viscoso que pone en juego a la sociedad.
“La sociedad juega un papel fundamental en la comprensión de la historia de «Una doble y única mujer». Es esta quien decide lo normal y lo anormal; lo que se acepta y lo que se rechaza; lo correcto y lo erróneo. Nos podemos preguntar en qué se basa o qué parámetros usa para su clasificación ¿Prejuicios? ¿Conveniencia? ¿Ignorancia? O será que simplemente usan las reglas obsoletas heredadas de sus antepasados. Cualquiera sea la respuesta, es la sociedad quien le genera el sentimiento de rareza y extrañeza a la protagonista, quien la define como anormal y es así como ella misma se contempla, como un ser extraño”.
La corporeidad social muestra un cambio estructural. La estructura del cuerpo se visualiza como una plataforma de conflicto en sí misma, una plataforma llena de contradicciones que atenta y pone en entredicho los discursos de normalidad, revelando que sobre ciertos cuerpos limítrofes se precipita toda clase de discursos disciplinarios tendientes a la creación de una infinidad de prácticas articuladas con el poder. En el caso de Palacio, como un autor capaz de situarse en las fronteras de la discordia de una corporeidad conflictiva desde un panorama innovador en las letras ecuatorianas.
Pero el cuerpo es viscoso y se escurre en condiciones favorables, como es la condición de poder; ensanchando así el espacio desde el que es posible interpretar la realidad. Palacio se decodifica en la protagonista: doble y única, a quien no le molestan “las injusticias sociales, sino la incomodidad que le produce el contexto en el que se desarrolla su vida avocándola a la necesidad de crear, aún desde sus propios despojos, un lenguaje cuyos alcances buscan poner en tensión la normalidad patriarcal y conservadora de los años 20´y 30´ del siglo pasado”.
Es el cuerpo en su condición de estructura estructurada y estructurante, quien ha tenido que licuarse para fluir. Así ha sucedido con los cuerpos limítrofes, atravesados de manera transversal por las prácticas y discursos del poder. Pablo Palacio se adelantó a las estructuras y contenidos narrativos de los escritores del costumbrismo de su época, porque abrió el camino a “un permanente devenir de eventos cuyo ritmo cotidiano estará marcado por un poder evanescente que se hace presente (se hace carne) en todas las facetas de la existencia y cuya extraordinaria plasticidad marcará la vida de una serie de cuerpos cuyos gestos más significativos irán encaminados a generar micro-subversiones, micro-rupturas de ese tejido casi inasible de prácticas y dispositivos de control”.
Doctora en Ciencias Sociológicas
Investigadora de campos sociales
Redactora de contenido hipermedia
Sembradora de tendencias