Hay cambios sociales que transforman la dinámica de las grandes ciudades en función de la economía del conocimiento. La clase creativa es un nuevo estrato social que surgió a comienzos del siglo XXI en los países desarrollados. Está compuesto por arquitectos, diseñadores, profesores universitarios, científicos, escritores, artistas o músicos… Pertenecen a dicha clase todas aquellas personas para quienes la creatividad es fundamental en su trabajo.
Este es el tema que aborda Richard Florida en el libro La clase creativa. La transformación de la cultura del trabajo y el ocio en el siglo XXI. Este grupo al cual se refiere Florida en su libro ha creado una transformación peculiar a la forma en que mueve un campo social. No son las personas las que se desplazan para conseguir un empleo, sino que las empresas se trasladan a los lugares en los cuales se concentran las personas capaces y creativas. Estás personas llegaron previamente a esos lugares, a donde ahora se mudan las empresas, porque en ellos pueden vivir en función de sus variados intereses y estilos de vida.
Los miembros de esta clase social contribuyen a producir grandes cambios en la manera de trabajar y en la concepción de los valores o deseos. La posición económica de este grupo es una derivación de la capacidad de sus miembros de ser creativos. Pero lo más significativo y menos transformador es que los creativos son aquellos que ocupan los empleos que normalmente llamaríamos cualificados. Poco o nada cambia para los más desfavorecidos; es decir, intensifica la desigualdad en la distribución de los ingresos económicos.
La clase creativa ha dado un giro fundamentalmente en la planificación urbana de la economía, pero no es un proceso homogéneo; sí complejo. Se sitúa en determinados lugares, a partir de la concentración de determinadas circunstancias. Algunas de ellas, la inclusión social, la tolerancia, integración racial; elementos que se pueden agrupar en un capital social al que llamaremos “mercados afectivos”. Pero en realidad, defiende a una élite cultural y económica.
De acuerdo con esta teoría, las ciudades y países que posean un porcentaje mayor de su población perteneciente a esta clase y, que desarrollen su actividad laboral en las ocupaciones más creativas, crecerán a un ritmo más rápido que los demás. Ojo, creatividad no es sinónimo de un determinado grado de escolaridad; pero sí una mezcla de tolerancia + talento + tecnología.
Hasta aquí parece que no existen relaciones de poder, ni diferentes posibilidades de acceso a la educación y a los medios de producción. El capital creativo predice el crecimiento mejor que otras medidas tradicionales del capital humano basado en los niveles educativos; pero la desigualdad creada por la diferencia de acceso a la educación no cuenta en este escenario idílico.
Los lugares que sean capaces de atraer y producir grandes concentraciones de capital creativo muestran:
La resultante de esta dinámica es el mayor incremento de la eficiencia en lo tocante a la producción y a una distribución de nuevas ideas. Un aspecto que debe estar en el “Observatorio de la clase creativa” es que el proceso social está afectado por la tensión. El estrés es cada vez más habitual, y parece corresponderse con que la fuerza productiva es el esfuerzo mental.
Quienes han estudiado este fenómeno, como Richard Florida, anotan que se manifiestan algunos comportamientos como: postergación del matrimonio, transformación de la estructura familiar, vínculos sociales más líquidos. Hasta ahora, los mismos que se vinculan con la sociedad posmoderna.
Hay algunas preguntas que abren el diálogo a lo que pareciera la gran idea de Florida. Si los seres humanos son fundamentalmente creativos, ¿qué ha cambiado?, ¿por qué elementos está determinada la transformación?
La teoría de Florida reduce el potencial humano. Solo reconoce la contribución del arte y la creatividad al crecimiento económico. La insistencia en los beneficios de la tolerancia tiene un propósito utilitario: se debe celebrar a las comunidades diversas no por su propio bien, sino porque estimulan la innovación.[1]
Hasta ahora, la clase creativa es una opción para la gente rica, económicamente hablando. Los jóvenes en su mayoría y blancos en similar medida, redescubrieron la ciudad, crearon la especulación de la propiedad desenfrenada y el alza de precios de las viviendas. Han llevado a niveles disolutos de desigualdad de ingresos en cada ciudad en la que se plantan. Lo que se anunció como una nueva clase se ha transformado en “La nueva crisis urbana” que convierte ciudades “all star” en comunidades cerradas, donde la vida in situ se desarticula por calles llenas de Airbnb y casas de verano vacías.[2]
Un buen papel para la clase creativa sería empoderar comunidades y capacitar a los líderes locales para fortalecer sus propias economías. En todas partes se espera que la creatividad haga el trabajo que una vez hizo la industria. Pero hasta ahora es una noción que favorece a unos y crea mayores asimetrías sociales, ya que funciona como una estructura, estructurada y estructurante. Lo justo sería modificar el pensamiento que codificó la estructura.
[1] Wetherell, Sam (2017). La clase creativa desatada: Richard Florida se disculpa.
[2] Ídem.
Doctora en Ciencias Sociológicas
Investigadora de campos sociales
Redactora de contenido hipermedia
Sembradora de tendencias