La venganza es un plato que se sirve frío. Se cocina en un ambiente tóxico de pecados como la ira, la avaricia o la envidia; el ojo por ojo. La diferencia entre la violencia espontánea y la venganza calculada, radica en la decisión consciente de aplazar la acción. Buscamos el conflicto intencionadamente, nos ponemos en peligro.
La venganza se alimenta de la ira. Es considerado el rasgo pecaminoso más intelectual. Consiste en la búsqueda de castigo cuando creemos que hemos sido objeto de alguna maldad.
La venganza puede ser explicada a partir de tres razones:
Se ha llegado a pensar que la venganza sea una condición psicológica enraizada, provocada por el maltrato. Vinculada al estrés postraumático que sucede después de tener malas experiencias.
La frase: “la venganza es dulce”, se emplea para referirse a cierto grado de satisfacción que se experimenta cuando alguien que nos ha hecho daño recibe su merecido. La gente quiere vengarse cuando siente que ha sufrido una injusticia y esto sucede porque tenemos un sentido muy acusado de la justicia.
Superficialmente parece que la venganza no tiene un propósito evolutivo. Quizás sea simplemente un efecto secundario de la empatía. Un deseo de igualar las cosas, de reparar daños. Pero no siempre es una estrategia sensata. La venganza es arriesgada. Parece que no supone una ventaja evolutiva.
¿Por qué ponerse en peligro después de pasada la amenaza?
Cuando nos desquitamos, la violencia engendra violencia.
Doctora en Ciencias Sociológicas
Investigadora de campos sociales
Redactora de contenido hipermedia
Sembradora de tendencias