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¿Cómo controlan las élites cognitivas?

La élite cognitiva de una sociedad, según Richard J. Herrnstein y Charles Murray, son aquellos que tienen niveles de inteligencia más altos y, por lo tanto, mejores perspectivas de éxito en la vida (Herrnstein y Murray, 1994, The Bell Curve).

Proponen que la élite cognitiva ha sido producida por una sociedad más tecnológica que ofrece suficientes puestos de trabajo de alta habilidad para que ocupen aquellos con mayor inteligencia. También plantean eliminar la raza, el género o la clase como criterios, los principales criterios de éxito en la vida académica y profesional se basan principalmente en la capacidad cognitiva.

¿Cómo controlan las élites cognitivas del siglo XXI?

Unas élites que ya no solo controlan conocimiento y capital; además dominan la intermediación entre humanos y máquinas.[1] En la Segunda Era de las Máquinas o Cuarta Revolución Industrial, al control sobre el conocimiento como factor determinante del acceso y la distribución de la riqueza, las élites cognitivas han sumado el control sobre la habilidad para trabajar entre humanos y máquinas e hibridar procesos.

¿En qué se basa el valor añadido a los procesos productivos?

El valor añadido se obtiene de saber codificar parte del conocimiento creado entre humanos y procesos informáticos, en tareas que se puedan repetir y escalar. Las élites cognitivas gestionan el protagonismo de las máquinas, una vez que logran mecanizar más y más tareas para las que la inteligencia humana está menos capacitada.[2]

¿Es como si jugaran a ganar?

Reescriben las reglas del juego, para asegurar las posibilidades de ganar. Pero ahora hay una diferencia: diseñan procesos complejos en los que se divide aquello para lo que los humanos son mejores (lo cualitativo) y lo que se puede automatizar con máquinas (tareas repetitivas en el ámbito de lo cuantitativo). La cuestión fundamental será cómo hibridar estos procesos y tasar y repartir los beneficios en este modelo de producción.

Cowen apunta hacia un futuro de la producción caracterizado por unos pocos que sabrán hacer esta conexión entre conocimiento y máquinas y, muy por debajo de ellos, mayorías que tendrán que adaptarse a un mundo laboral mucho más cambiante e inestable.

Una especie de ahuecamiento de la parte central y menos especializada del mercado laboral que degradará la calidad y remuneración de ese tipo de trabajos. El reto político consistirá en crear puentes entre esos dos extremos y no permitir que el primer grupo adelante demasiado al segundo.

¿Qué te preocupa eso, si tú cazas tendencias sociales?

La tendencia. Irá en aumento a lo largo de todo el siglo XXI. Muchos acontecimientos pueden depender de:

  • ¿Cómo se distribuirá la renta en un paradigma en el que cada vez menos personas contribuyen a los procesos más lucrativos?
  • ¿Cómo se regulará el mercado laboral en una era de procesos productivos automatizados?
  • ¿Cómo conseguir que el juego se mantenga nivelado y que la igualdad de oportunidades y el acceso no se bloqueen?
  • ¿Qué políticas asumirán los Estados para gestionar la brecha?

¿Cuál es el quid de la cuestión?

Nunca antes en la historia de la humanidad se había avanzado tanto en generar riqueza y sacar de la pobreza a millones de personas. En paralelo, los retos políticos surgidos a partir de estas transformaciones se multiplican y diversifican. Ya no se trata solamente de gestionar la relación entre trabajo y capital.

El quid de la cuestión, cada vez más, será cómo se reparten estos beneficios. Bradford DeLong, economista, se preguntó: ¿Nos estamos beneficiando todos de esta nueva forma de producción económica?

“Solo algunos afortunados, aquellos que saben combinar pensamiento innovador con perspicacia financiera, han conseguido capturar hasta ahora las rentas de estos nuevos procesos de producción”. Y las perspectivas, al menos en la trayectoria actual, no parecen alterar la tendencia: “los gerentes y empleados administrativos –la fuerza laboral que mantiene en movimiento a la maquinaria corporativa global, y hasta hace poca la columna vertebral de la clase media– ya no son esenciales. Muchas de sus habilidades, que durante mucho tiempo les garantizaron estatus, profesión y forma de ganarse la vida, se están convirtiendo en redundantes”.

El problema fundamental no es tanto la transformación en sí misma, como la incapacidad para adaptar la estructura del empleo y las reglas del juego a esta nueva realidad.

El problema es que no sabemos cómo tasar y repartir esa producción. Y eso, a diferencia de lo que se suele pensar, no es ni un problema de oferta, demanda o de mecanismos del mercado. Es, fundamentalmente, un problema político.

En la Segunda Era de las Máquinas, la importancia del conocimiento no solo se profundiza, surge una nueva forma de intermediación entre conocimiento y procesos informáticos automatizados que transforma el contexto.

La gran pregunta se vuelve entonces ¿cómo y con qué rapidez conseguiremos reaccionar…?

La psicóloga educativa Linda Gottfredson escribió: “Las diferencias en materia de inteligencia importan. Para los miembros de la élite cognitiva, mantener lo contrario es como los ricos que sostienen que el dinero no importa. Las diferencias en g (inteligencia general, habilidad mental general o factor de inteligencia general) afectan la vida de individuos y familias. Ayudan a dar forma al orden social y limitan nuestra capacidad de remodelarlo”.[3]


[1] Esta es la idea que el economista Tyler Cowen, expone en su libro Average Is Over: Powering America Beyond the Age of the Great Stagnation.

[2] Este texto fue escrito a partir de la lectura de Diego Beas (2014). Libros: El mundo que viene en la ‘segunda era de las máquinas’. En: POLÍTICA EXTERIOR nº 161 – septiembre-octubre 2014. Incluye párrafos íntegros del texto original.

[3] Tomado de: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwjimceiss_fAhUvvlkKHc0tA7IQFjAAegQICRAB&url=https%3A%2F%2Fen.wikipedia.org%2Fwiki%2FCognitive_elite&usg=AOvVaw16IOV5NNHDdH6-IsBZ9CKR  


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